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Lo que hay que saber – Alicia Steimberg

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Europa nunca fue descubierta, en el sentido literal de la palabra, como fue descubierta América, hecho representado en los mapas con líneas de puntos a través del océano que marcan los itinerarios de los viajes de Colón. Colón nunca supo que había descubierto un nuevo continente, pero nosotros lo sabemos: llegó por primera vez a nuestras playas en 1492. Podemos ver a Colón, con falda corta y calzas, zapatos con hebillas, los brazos extendidos hacia los costados y un poco hacia atrás, el sombrero multiforme, contemplando con cara inexpresiva el nuevo territorio; él no sabía que era nuevo, lo confundía con las Indias Occidentales que, como Europa, no fueron descubiertas sino que estaban allí.

El territorio recién hallado por Colón estaba poblado por hombres de piel cetrina: no hay obligación de recordar si Colón, junto con las especias y objetos varios que puso a los pies de Isabel a su regreso, trajo también a algunos de esos individuos y se los regaló a la reina. Basta con imaginar un vago tesoro y ver a Colón un poco más atrás, en actitud respetuosa y con cara inexpresiva. Cuánto tiempo permanecieron así, la reina en su trono, el tesoro a los pies de la reina, Colón a cierta distancia, acompañados, tal vez, por Fernando y el resto de la corte, es cosa que no se sabe ni hay por qué saber.

Aquí interrumpimos para ocuparnos de la germinación del poroto. Se toma un frasco de boca ancha y se coloca adentro un trozo de papel absorbente empapado en agua, y un poroto que debe quedar sostenido entre el papel y el vidrio, de manera que nosotros (ya instalados desde hace varios siglos en América) podamos observar todo lo que en los días subsiguientes le va sucediendo al poroto y anotándolo en un cuaderno, a saber: si aparecen hojitas o raíces, en qué cantidad, y de acuerdo con esto clasificar a la planta como mono o dicotiledónea, desechando otras palabras que pudieran venirle a uno a la cabeza, tales como pecíolo o pedúnculo o inflorescencia en umbela. Una vez que el poroto ha echado sus hojitas no abandonarlo, mantener el papel absorbente siempre húmedo para no detener el gozoso desarrollo de la vida.

Colón hizo otros viajes, como lo demuestran las líneas de puntos y las referencias en el ángulo inferior izquierdo del mapa. Colón, y más tarde Américo Vespucio descubrieron América, cada cual a su manera: Colón sin saberlo y Vespucio sabiéndolo. ¿Cuál de los dos tiene más valor a la luz de la historia? Para los que habríamos de habitar el nuevo continente tienen el mismo valor; si bien Colón se limitó a llegar y Vespucio supo que había llegado, el caso es que la descubrieron y nos permitieron a nosotros dejar la vieja Europa, donde vivíamos, algunos en palacios y otros en casas pobres, pero todos por igual sin baño. Más de un negligente vaciaba los orinales por la ventana, y con frecuencia el contenido caía en la cabeza de un paseante. Cierto es que sólo los paseantes de escasa importancia andaban por las callejas donde se vaciaban orinales; sin duda conocían el riesgo que corrían, de manera que allá ellos. Ahora ha llegado la primavera y las abejas pasan a primer plano.

Constituyen celdas hexagonales, visitan las flores y fabrican la cera y la miel, y se reparten desigualmente el trabajo entre obreras y zánganos mientras la reina espera, como Isabel, el tributo de los viajeros. Cuando clavan el aguijón lo pierden, pues éste queda en la piel de la víctima causando fuerte irritación y dolor. Un niño pálido de cara inexpresiva observa un tarro de miel que alguien le ha regalado para que recupere las fuerzas después de una enfermedad. Vivíamos, pues, en palacios o en casas pobres, no lo sabemos ni tenemos por qué saberlo, aunque algunos de los nacidos en América se han preocupado por reconstruir su árbol genealógico y averiguar si sus antepasados fueron pobres o ricos. Los que descendemos de muchas generaciones de campesinos que cultivaban el tabaco en Rusia no nos hemos preocupado demasiado por reconstruir el árbol. Nos basta con imaginar a esos campesinos, saltando de surco en surco, agachándose para echar las semillas o contemplando con cara inexpresiva las plantas ya crecidas. ¿Qué emoción podían provocarles las plantas? El tabaco es originario de América y eso sí hay que saberlo, y para ponerse a cultivarlo nuestros antepasados debieron esperar que Colón y otros llegaran a América y regresaran con sus hallazgos; ignoro con qué entretuvieron esa espera. Ahora aprenderemos a detener una hemorragia de una arteria.

Ante todo hay que aprender a diferenciar una hemorragia de vena, con su sangrado manso aunque a veces abundante y peligroso si no cesa, de una hemorragia de arteria, brutal como el chorro de una canilla abierta y que, según la posición de la persona afectada, puede llegar a salpicar el cielorraso de la habitación, o una pared distante. Hay que efectuar una clase de fuerte vendaje que se llama torniquete, para detener totalmente la circulación de la sangre en el miembro herido hasta que llegue el médico.

La gente en los palacios llevaba una vida más entretenida que los campesinos en los surcos, con sus intrigas, envenenamientos, modas cambiantes y orinales vaciados por la ventana. Se dormía en camas con dosel, en habitaciones mal ventiladas y recargadas de muebles y colgaduras.

Lo que se ha aprendido conviene no olvidarlo durante el verano indolente con sus mañanas pasadas panza arriba en la cama sin hacer, escuchando boleros por la radio; pronto nos lo volverán a preguntar a ver si lo recordamos. Entre tanto recibamos la peligrosa oleada de perfume de jazmín del país que asoma por una pared.

Una muerte nos lleva a un barrio alejado, cerca de la vía del tren; los gritos de los deudos nos reciben aún antes de atravesar la puerta. Nos esperan cuatro días aciagos: primer día, velorio, gritos desgarradores. Segundo día, entierro, gritos desgarradores, siesta al volver del cementerio. Tercer día, largos llantos, té, guindado. Cuarto día: algunos sollozos, silencio.

Otoño. España descubre, gracias a un italiano, o a dos italianos, según el significado que se dé a la palabra “descubrir”, estas benditas tierras que llamamos nuestras y envía conquistadores (éste es otro capítulo y sí hay que saberlo) que instalan prolongaciones de España en el nuevo continente. Los españoles se mezclan irremediablemente con los nativos, dando origen a los criollos, y más tarde los criollos se mezclan con europeos de distintas clases (llamemoslas “clases” para no complicar aún más un panorama de por sí confuso), y llegamos así a nuestros días, con tipos humanos demasiado variados como para no sospechar que fueron mal habidos.

Dos trenes marchan en dirección contraria y a distinta velocidad desde dos estaciones que se encuentran a equis kilómetros de distancia entre sí; han partido el mismo día con una hora de diferencia. Uno es un tren expreso y el otro se detiene en cuatro estaciones, cinco minutos cada vez. Hay que averiguar a qué hora se cruzarán en una estación intermedia llamada Lourdes.

Las nubes tienen distintos nombres según su forma, y en las zonas desérticas la vegetación es rala y achaparrada. Otra muerte, pero ya sabemos que sólo el primero y el segundo día hay gritos desgarradores, y podemos observar otros detalles: la batea colocada en medio del patio para hacer el teñido de los lutos. Ropas de todos colores caen en la batea y salen uniformemente negras. Una viuda dobla la esquina más cercana a la vía del tren con un ramo de calas en ristre, sombrero de cola, ojos enrojecidos y medias torcaz.

Otra vez el verano. Lo que hay que saber se mezcla peligrosamente con lo que no hay que saber. Las noctilucas producen la fosforescencia del mar, las quemaduras de sol se curan aplicándoles rodajas de tomates frescos, la sal deja estrías blanquecinas en la piel, la arena más dura de la orilla es mejor para caminar.

Otoño otra vez. Cristóbal Colón se apresta a recomenzar sus viajes por las líneas de puntos. Isabel, insaciable, espera los regalos. De un barco antiguo descienden los campesinos de cara inexpresiva que cultivaban el tabaco en Rusia. Otros ya estaban en América, pero ellos acaban de llegar. Ahora vamos a hacer la disección de un langostino.

Alicia Steimberg, especial para «Acción», segunda quincena, junio de 1988

Alicia Steimberg (Buenos Aires, 18 de julio de 1933 – Buenos Aires, 16 de junio de 2012), fue una escritora, traductora y narradora argentina.
Biografía completa en Wikipedia.


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Publicado enCuentacuentos

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