Esta foto de la izquierda que parece falopa, un paisaje a la nada misma, un disparo sin querer, tiene una historia increíble que vale la pena contar. Todo sucede un fin de Semana Santa de algún año que no recuerdo.
Lo que se ve flotando en el río es la famosa «Yoya«, una piragua artesanal que mi padre había comprado a no sé quien, creo que a Morard. Arriba de ella estoy con mi amigo Mariano Alberto Lopez.
Habíamos ido con mis padres al «bajo termas«, por entonces zona de montes y pescadores que tendían varios espineles e incluso tramayos en la desembocadura del arroyo Artallaz. Allí, por algún lugar de aquel monte, instalamos la casilla rodante y una carpa.
La piragua la habíamos llevado con la idea de tirar un espinel para ver si enganchábamos algo «grande» y comerlo a la parrilla el Viernes Santo.
Cuando intentamos tender el espinel fue todo un desastre porque la piragua, al ser tan liviana, se arrastraba sobre el agua y no nos dejaba tensar la cuerda. Fue así que el espinel quedó tendido muy mal en forma de U. Los pescadores, cuando llegamos a la costa, se arrimaron a gastarnos bromas por la forma en que pusimos el espinel y a decir que así no íbamos a sacar nada. Muchos eran conocidos de años.
El Viernes Santo, temprano en la mañana, fuimos a recorrer el espinel y para nuestra sorpresa habíamos enganchado un dorado bastante grande, una boga inmensa y algunos bagres amarillos.
Cuando los pescadores de la costa nos vieron bajar con los bichos, no lo podían creer, se quedaron mudos. Algunos hacía una semana que estaban ahí y no habían sacado nada.
En conclusión: ese Viernes Santo comimos dorado y boga a la parrilla… nos salimos con la nuestra. Pero ahí no termina la historia…
El mismo día, por la tarde, fuimos a recorrer el espinel y a encarnar. Durante el recorrido se me escapó la línea madre y, en el mismo momento se cortó la relinga de la boya que señala la ubicación, la habíamos enganchado en la punta de la embarcación donde la fibra de vidrio estaba rota y tenía como un filo.
Volvimos a la costa a pedirle a uno de los pescadores que nos prestara un grampín (ver foto de la izquierda) con el fin de tratar de enganchar la línea y ponerle otra boya. Eso hicimos. Minutos después fuimos a devolver la herramienta.

Como no tenía nada para retribuir la ayuda, se me ocurrió convidarle al amigo con unos cigarrillos.
En esos años, fumaba los famosos «Gitanes» (ya por entonces se ve que Francia me estaba tironeando). Estiré mi mano con la caja de cigarrillos y le dije que tomara los que quisiera, que era por agradecimiento del grampín sin el cual no hubiésemos recuperado el espinel. El hombre, cuando vio la caja hermosa y notando que eran importados, tomó 4 o 5 y se dispuso a prender uno.
Esos cigarrillos (no sé si alguno de los lectores los ha fumado) son muy, pero muy fuertes. Es un tabaco francés que cuanto tragas el humo, si no estas acostumbrado, te deja sin respiración y la garganta ardiendo. El pobre tipo empezó a toser y a gritar «¡¡¡ a mierda que son fuertes !!!«.
Después de un tiempo, pensé que tal vez, inconscientemente, fue una venganza, ya que al que le quedó la garganta y la boca ardiendo por el cigarro fue el mismo que se burló cuando tendimos mal el espinel… todo sucede por algo.

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