Saltar al contenido

El día que le robé el auto a mi padre

Se lee en 2.31 minutos

Loading

El Chevrolet que me comentaba Marcelo en la cena de fin de curso del Centro Valesano.

Y esta nave tiene una historia que paso a contar ya que ocurrió en esta época del año unas décadas atrás.

Mi viejo me había enseñado a manejar cuando tenía el Citroen Ami 8, pero en realidad no le daba bola a los autos, no me gustaba mucho manejar y ni siquiera tenía aspiraciones de algún día tener uno.

Aprendí con esa albóndiga de Citroen de palanca a la consola que parecía que uno estaba jugando al metegol. Esas fueron mis primeras experiencias ensordecedoras con un auto (estar adentro de un Ami 8 andando era como tener una desgranadora de maíz en el oído del batifondo que metía).

Uno de los tantos viajes en familia en que íbamos a pasar las fiestas navideñas y de fin de año a San Miguel (Bs. As.) lo hicimos con este auto, como para «re estrenarlo», ya que hacía muy poco lo habían pintado de gris (el original era azul oscuro).

Uno de esos días de vacaciones, a la siesta, con un calor indomable, para hacerme el guapo y agrandarme que «sabía manejar» (tendría 16/17 años) invité a mi prima a dar una vuelta en el auto.

Le robé la llave a mi viejo que dormía plácidamente después de los vinachos del almuerzo, arranqué el auto y salí andando doblando en la primera esquina que encontré y en dirección a donde sea para que no me vean.

El problema fue que, llegado un momento, me encontré subiendo a una ruta o autopista (no recuerdo bien) en donde el tránsito era tremendo. Logré meterme en esa corriente de vehículos pero doblé en la primera bajada que encontré, todo a alta velocidad.

Al doblar en una esquina con intención de volver a la casa de mis tíos, lo hice tan abierto que perdí el control y subí el auto de costado a un montículo de broza que habían dejado para arreglar la calle los municipales. Pegué el volantazo pero el auto se me fue otra vez y terminé pasando con todo un lateral por una alcantarilla al lado de las vías del tren que estaba sin agua pero llena barro.

Al llegar a destino, viendo que aún no había nadie levantado de la siesta, con ayuda de mi prima lavamos la ruedas embarradas y la chapa para que no se notara la macana.

De todo esto nadie se enteró, pasaron los años y en una cena le conté a mis padres lo ocurrido aquella vez.

A propósito, como en la canción navideña, la prima de la que hablo es «mi prima la Isabel»… Inés Isabel Munilla….



Invitame un café en cafecito.app
Donar por Mercado de Pago
Donar por PayPal

Compártelo!!!
Publicado enHistorias

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *