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Dos cuentos de Elvio E. Gandolfo

Se lee en 7.7 minutos

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Tema del Oso

Desde la primera vez que lo vio, él le gustó como un oso de felpa. Era una sensación extraña, porque ni siquiera de chica le habían gustado los osos de felpa: sólo jugaba con muñecas, o con piedras. Pero lo vio, pensó: “Parece un oso de felpa”, y sintió que un calor tierno irradiaba en ella desde el vientre, le subía por los pechos y le cubría de un levísimo rubor la cara.

En ese momento él la miró, por una fracción de segundo. Por uno de esos fenómenos de empatía que rara vez ocurren, supo que ella se ruborizaba por él, que su cuerpo estaba tibio por él, y hasta llegó a pensar, con una certeza matemática: “Para ella soy como un oso de felpa”.

El se acercó y ella se descubrió deseando, con una violencia que le borró el rubor de la cara, que no hablara, porque sabía que el hombre tendría voz de alguien con nombre, apellido, dirección, necesidades cotidianas, alguien que nada tenía que ver con la sensación de un oso de felpa, la sensación que acababa de perder y de la que ya sentía nostalgia.

El hombre, tal vez porque seguía comprendiéndola empáticamente, o por pura intuición, no habló. Ahora estaba cerca de ella. Milagrosamente, a un mismo tiempo ella dejó de considerarlo un oso de felpa y no llegó a pensar en él como hombre. Si le hubiesen pedido que tratara de expresar la sensación, habría dicho que ahora lo veía como un oso de verdad, auténtico, aunque toda su experiencia sobre osos se reducía a ilustraciones de revistas.

Y no se debía a que el hombre fuera corpulento o tuviera movimientos bruscos, o mirada de fiera. Por algo al principio lo había tomado por un oso de felpa (aunque en ningún momento por un “osito” de felpa). La sensación descansaba simplemente en la cercanía. Una brevísima mirada de soslayo le había transmitido la textura de la campera de cordero y del hombre, la enorme cantidad de pelos de la cabeza, el borde astillado de una de las uñas y, al bajar los ojos, el tacto áspero de los zapatos, uno de los cuales estaba un poco descosido en la punta.

La estatura del hombre era mediana, su forma de moverse relativamente serena. Pero su cercanía lo convertía en algo real, en algo distinto a un oso de felpa. La invadió una nueva oleada de tibieza, que le llegó una vez más a la cara, con intensidad: sintió como si los pechos se le hincharan y, en el fondo de sí misma, un vago deseo de amamantar no sólo al hombre, sino también osos de felpa, osos reales, niños, el mundo entero.

El espectro (texto con interpretación)

El espectro aparece en cualquier parte. A veces vaga inútil, porque nadie lo ve, sobre la superficie lisa y azul del mar, a veces se mezcla con las multitudes céntricas, mira vidrieras, se divierte considerando la falta de reflejo de su imagen en los espejos de las galerías comerciales.

Las manos, los pies, la cabeza del espectro no tienen consecuencias materiales: tanto que anhelaría tocar cuerpos de mujer, desmayar hombres a trompadas, jugar con niños. Sólo puede influir en ese umbral impreciso entre el juego de las neuronas y el mundo: hacer que alguien que regresa solo a casa se estremezca en una esquina, y lo atribuya rápidamente al frío -aunque sea una noche de verano-, porque no cree en espectros. O, después de haber visto cómo un tren descarrila, aparecer junto a la novia que se pinta las uñas y hacerle sentir con inequívoca seguridad que algo malo le ha ocurrido al ausente.

Si el espectro fuera más sociable, si se adaptara a su nuevo estado, se mezclaría con los demás espectros, conversaría con las damas fantasmales o los caballeros etéreos, flotaría con esas grandes bandadas de espectros que a veces se desplazan hasta el África oriental o Tierra del Fuego, provocando consecuencias casi advertibles en el mundo físico por su fuerza reunida: alterar por un instante el haz de luz de un faro, hacer que un vaso o un plato caigan de una repisa y se estrellen sonoros en la quietud de la noche, cuando nadie hay en el comedor en penumbras.

Pero se mueve solo, se divierte en aparecer en cualquier parte. Asusta a alguien durante un segundo (lapso en que un espectro puede ser visto por ojos mortales), es calmado extrañamente por la visión de kilómetros y kilómetros de trigo maduro hamacándose en el viento: entonces se siente perdido en un mar amarillo, con un sonido a espigas secas y ásperas que se rozan.

Como todo espectro, no duerme. El tiempo es infinito para él, a veces se comunica brevemente con personas que creen en los espectros, y les da informaciones apenas distorsionadas, falsas, otra de sus formas de divertirse.

Aparte del trigo, sólo consigue descansar cuando se acuesta horizontal en el aire, y se deja llevar por el viento del mundo o por los movimientos extraños y desconocidos que agitan el plano de los espectros.

Nunca recuerda su muerte.

Interpretación de “El espectro”

El espectro que aparece en el texto es el autor. La transposición al personaje indica que en la época en que fue escrito el relato, el autor vivía en un estado de separación respecto a la realidad, como un espectro, y que acostumbraba pasear por el centro y mirar vidrieras. Sufría una crisis de identidad, indicada por su falta de reflejo en los espejos.

Si se tienen en cuenta las investigaciones sobre su biografía, tal vez sea mejor decir que estaba en un período de transición. En ese sentido el mundo espectral sería el mundo nuevo, al que aún no se había integrado; y el supuesto mundo real del texto, el mundo antiguo, lo que había dejado atrás.

Las dificultades de readaptación están dadas por su falta de sociabilidad respecto al mundo nuevo, o espectral. Sus efectos indirectos sobre la realidad, en particular la imagen del vaso y el plato que se rompen, indican agresividad reprimida.

Algunas imágenes son evidentemente imaginadas: las que describen las bandadas de espectros vagando sobre África oriental o Tierra del Fuego, lugares que el autor nunca visitó. En cambio las que se refieren al trigal como lugar de descanso o refugio se relacionan con su infancia. Aunque aquí también hay transposición de la realidad: según investigaciones biográficas, el autor sólo vio los trigales desde un ómnibus o un coche, nunca entró en ellos y por lo tanto no conoció el ruido de «espigas secas y ásperas que se rozan”. En cambio se sabe que sí entró en los maizales, a robar choclos, y que por lo tanto conoce a la perfección el ruido que hacen con el viento las largas hojas del maíz, semejante al de otros tantos banderines de papel duro y seco.

La referencia a su otra forma de descansar, horizontal y llevado por corrientes de viento o misteriosas, parece implicar que en el momento en que escribió el texto para el autor era importante el mundo onírico. Hay que aclarar sin embargo que gran parte de la idea general del mismo proviene de sus lecturas de literatura fantástica y no de los sueños.

La contundencia de la frase final se refiere al hecho concreto que lo sacó del mundo viejo y lo arrojó al nuevo, al que aún no se ha integrado. Aunque la frase es afirmativa, y declara una realidad objetiva, podría interpretársela así: “Nunca: quiere recordar su muerte”, es decir, nunca quiere recordar lo que provocó el cambio, aun considerado como una muerte y no como un nacimiento.

Elvio Eduardo Gandolfo, especial para «Acción», Primera Quincena de Julio de 1988

Elvio Eduardo Gandolfo (San Rafael, Mendoza, 26 de agosto de 1947) es un escritor, traductor y periodista argentino.
Biografía completa en Wikipedia.


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Publicado enCuentacuentos

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