No conozco tanto el mar,
aunque no lo quisiera.
Una vez,
durante el tiempo hormonal de las caricias,
deglutí almejas crudas de su cruda realidad.
La única vez, una vez,
probé esa agua salada
de lágrimas y abandono.
Se apoyó
ya atardecer de horizonte,
recorrió mi hombre con sus brazos pulposos,
me paseó en la arena,
olor a mar y arena,
a olas de Mar de Ajó,
a viento arenoso y agua salada
de otra vida ya antigua.