No recuerdo si la primera vez que escuché la frase “un oficio no te va a hacer rico pero con él vas a sobrevivir” fue por parte de mi abuelo o de mi padre lo que sí sé es que quedó grabada en mi memoria desde muy chico y para siempre; el paso del tiempo la confirmó y pasó a ser uno de los pilares sobre el que fundamento mi existencia hasta el día de hoy.
Los oficios a veces surgen de la nada, es como un don innato que genera artistas variopintos e incluso bifurcaciones hacia otros menesteres; otras veces se aprenden de algún maestro que nos revela “trucos”, que no son más que experiencias propias compartidas, o de alguien que nos empuja a expandir habilidades que ya poseemos pero aún no desarrollamos. Esos maestros son los mejores de la vida porque nos enseñan lo que no vamos a aprender en claustros escolares o universitarios.
Y una cosa es una profesión y otra muy distinta es un oficio. Según lo que dictan las definiciones propias de las palabras, oficio y profesión son cuestiones diferentes: para aprender un oficio no hace falta preparación académica, para ser profesional se necesitan estudios; un artesano no necesita estudiar, un ingeniero si. Sin embargo sostengo que una profesión se puede volver oficio y viceversa, es más, ambas llegan a convivir y completarnos, nutren nuestras capacidades y generan un espíritu propio y único sobre el que vamos gestando nuestra vida.