Hace varias semanas que Juan José Dominici, el vecino de la mitad de cuadra, anunció cambios fundamentales en su vida. En realidad, la gran renovación debió empezar exactamente el primero de enero. Por una razón o por otra se fue postergando y transcurrieron algunas semanas. Pero todo llega y esta mañana, poco antes de las doce, Juan José Dominici abre las ventanas que dan a la calle y anuncia: Hoy es el día. Algunos vecinos se arriman y espían para adentro. Después se les unen unas mujeres que se dirigen o regresan del mercado. Juan José Dominici entra en acción. Va, viene, medita en voz alta, de tanto en tanto se detiene y dedica a los presentes un breve y apasionado discurso: Miren todo esto, acá hace falta una depuración, estoy escandalizado por tanta superficialidad, ¿cómo pude vivir así hasta el día de hoy? Se frota las manos, piensa en el futuro, asegura que de ahora en adelante tratará de aprovechar cada minuto, cada oportunidad, se esforzará por mantener las ideas claras, por no dispersarse. Sentencia: Evitar hacer cosas inútiles, evitar diluirse en actividades que no sean creativas y placenteras. Todo debe tener su orden, su ritmo, su equilibrio. Dice: Hasta mi alimentación debe cambiar. Evidentemente se siente satisfecho con tantas buenas intenciones. Hace un par de flexiones para demostrarse y demostrar a los demás su óptimo estado físico. Explica: Esta es otra de las cuestiones que no debo descuidar: un poco de ejercicio todas las mañanas. Nunca más cigarrillos, nunca más alcohol. Mientras tanto, afuera, los expectadores aumentan.
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