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Cuentacuentos

Recopilación de cuentos que fueron publicados en secciones culturales de varios diarios y revistas y que coleccioné durante más de 10 años.

Ayudando a la viuda – María Esther de Miguel

Durante más de cuarenta años, mi padre supo tener un taller de fabricación y reparación de acumuladores -baterías para automotores. He contado en este mismo blog una historia relativa a dicha actividad, leer aquí.

Uno de los proveedores del taller, era la empresa y fábrica de placas y baterías «Villa«, localizada en la ciudad de Larroque, departamento Gualeguaychú, Entre Ríos, propiedad de una familia de apellido De Miguel. Hoy, la empresa se llama «Fademi S. A.«, que supongo debe ser un apócope recursivo de «Fábrica de Acumuladores DE MIguel», se me ocurre… dato a confirmar.

Cierta vez, mi padre necesitaba con urgencia dicho insumo por lo que no podíamos esperar que venga el camión con la entrega. Fue así que decidieron con mi madre hacer un viaje en automóvil para ir a buscar la mercadería y, de paso, conocer el pueblo. Tendría por entonces unos 14 años o poco más. Al llegar, mientras mis padres fueron al encuentro de don Alberto De Miguel, me dispuse a pasear por las inmediaciones.

Dos cuentos de Elvio E. Gandolfo

Tema del Oso

Desde la primera vez que lo vio, él le gustó como un oso de felpa. Era una sensación extraña, porque ni siquiera de chica le habían gustado los osos de felpa: sólo jugaba con muñecas, o con piedras. Pero lo vio, pensó: “Parece un oso de felpa”, y sintió que un calor tierno irradiaba en ella desde el vientre, le subía por los pechos y le cubría de un levísimo rubor la cara.

En ese momento él la miró, por una fracción de segundo. Por uno de esos fenómenos de empatía que rara vez ocurren, supo que ella se ruborizaba por él, que su cuerpo estaba tibio por él, y hasta llegó a pensar, con una certeza matemática: “Para ella soy como un oso de felpa”.

El se acercó y ella se descubrió deseando, con una violencia que le borró el rubor de la cara, que no hablara, porque sabía que el hombre tendría voz de alguien con nombre, apellido, dirección, necesidades cotidianas, alguien que nada tenía que ver con la sensación de un oso de felpa, la sensación que acababa de perder y de la que ya sentía nostalgia.

Sarah – Rodolfo Rabanal

Este recorte de la revista Acción1, que encontré entre mis archivos diariorevisteros de antaño, tiene un halo de nostalgia especial porque me trae al presente una de las primeras novelas modernas -por así decirlo- que leí cuando había tomado el hábito adolescente de ser un autómata repasador de libros; había dejado de lado la TV como si el aparato tuviese alguna peste. Aquel libro se titulaba «Un día perfecto» y el autor es Rodolfo Rabanal.

Venía de leer tanto libro de acción o aventuras que encontrarme con esta historia de amor fue el principio de una derivación de lecturas que amplió el horizonte y me trajo otros autores diversos que cultivan esa narrativa. Tal vez la doble lectura y el golpazo en el pecho con este tipo de lecturas me lo di por primera vez con «El puente hacia el infinito» de Richard Bach, pero solo es un «tal vez»… mi adolescencia fue de tanto texto y poesía que todo se vuelve confuso.

Lo cierto es que no tengo este libro que menciono porque, en aquellas épocas, comprar un libro era casi prohibitivo. Todos los libros que leía eran prestados de amigos o parientes y otros los retiraba de la Biblioteca Fiat Lux donde mis padres eran socios. Ya lo leeré otra vez, y lo recomiendo con la vehemencia de aquel al que le quedaron resabios de un sabor dulce de lectura.

Aquí les dejo una lectura breve, se trata de un cuento de Rodolfo titulado «Sarah».