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Creciente en Colón 1979 – Esquiú

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La foto es de la Creciente del río Uruguay, en Colón, en 1979. Se puede ver la Avda. Costanera cortada con unos tachos y madera ya que la zona del «pinito» estaba cubierta de agua. Atrás, el arco de la canchita ya inundada y, más atrás, el taller de mi viejo y la casa de los tíos.

Ayer, estaba conversando con Roberto Etchebarne, recordando personajes de Colón, y me acordé de «Esquiú» (nunca supe su nombre, aunque un me recordó que su apellido era Saffores).

«Esquiú» era un hombre de cabello canoso, largo y enrulado, siempre andaba vestido con mameluco azul, sobretodo marrón y de botas de goma negras. Invierno, otoño, primavera y verano, se vestía igual, como si el clima no afectara ese rostro de cuero curtido y arrugado y profunda mirada celeste.

Vendía el famoso semanario católico «Esquiú«. El apodo se lo pusimos en el barrio por los gritos que profería cuando salía a recorrer la costanera… «Esquiú, Esquiú, Esquiúúúúúúúúúúúúú, diario El Esquiúúúúúúúúúúúúú«….

(Mamerto Esquiú fue un fraile catamarqueño que no hace mucho fue beatificado por Francisco, en el 2021.., recordando la primaria, el cura de la Casita de Tucumán. Más en Wikipedia)

«Esquiú» andaba, a veces, con una caja con divisiones y tapa de vidrio colgada con un cinto de su cuello y ofrecía para la venta caramelos, chicles, bolillas y bolillones. Solíamos gastarle bromas como por ejemplo gritarle: «Esquiú, Esquiú, Esquiúúúúúúúúúúúúú… caramelos derretidos«… o «Esquiú, Esquiú, Esquiúúúúúúúúúúúúú… bolillas partidas Esquiúúúúúúúúúúúúú«.

Una vez que soltabas la cargada había que huir lo más rápido posible porque el hombre sacaba una honda que llevaba en el bolsillo interno del sobretodo y te tiraba con algún bolillón o piedra… si te pegaba eras boleta.

Recuerdo una vez que íbamos pasando en bicicleta a su lado, en la esquina de Quiros y 12 de abril, y le gritamos la famosa cargada. Cuando vimos que peló la honda para tirarnos, cometí el error de doblar para la 12 de abril y me encontré con ese tremendo cuesta arriba. Llevaba a Peringo (un primo) sentado en el manubrio. El hondazo pegó en la cubierta de atrás, rebotó y el bolillón pasó rozándome la cabeza.

«Esquiú» vivía en el asilo de ancianos del hospital.

Un día, durante sus largas y eternas caminatas por la costanera, se sentó a descansar en el pasto, bajo la sombra de un plátano. Dejó el paquete de diarios a un costado, recostó su cabeza en el tronco y allí quedó dormido para siempre.

Todavía me parece verlo pateando hojas amarillas en el otoño, con su tranco cansino, como si la vida lo agotara en cada aliento.

Un abrazo al cielo donde estés, «Esquiú» (a ambos).



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Publicado enHistorias

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