Ayer salí a dar una recorrida en moto por «la colonia», término utilizado para denominar las grandes extensiones de campo que rodean la ciudad, las zonas rurales aledañas pobladas o semi pobladas que ocupan el ejido y más allá de él.
Los caminos vecinales -en parte de ripio, en parte de broza y en parte de tierra-, en algunos casos están en buen estado, en otros, circular por ellos es un desafío, sobre todo en moto. Pero, respirar el aire puro del campo, descubrir recónditos lugares, avistar inéditos pájaros o animalitos salvajes, fotografiar la naturaleza que te endulza la vista o que te llama la atención, nada de eso tiene precio, es el mayor disfrute, la perfecta unión con la naturaleza que no tiene parangón.
Estos recorridos los hago desde siempre, antes con mis padres o amigos, en automóvil, en bicicleta o caminando; ahora por mi cuenta en automóvil o moto. A la postre, estos paseos dieron origen a un libro de cuentos que estoy redactando llamado «Localidades», ficciones de parajes creados desde la imaginación por estos viajes recreativos.
En mi recorrido de ayer llegué hasta «Colonia San Anselmo y Aledañas», así se llama formalmente el poblado. Uno de los atractivos turísticos que tiene es la capilla de la Virgen de la Ascensión que aquí les dejo fotografías.



Cerca de esa capilla, a unos 500 metros, está la entrada al famoso club de campo «La Aldea» y hay dos entradas más: una que lleva a la estancia «Los Naranjos» y otra hacia una explotación forestal (en la foto de la cabecera, hacia la izquierda, se puede ver esta última) Si recorremos la entrada a la forestación, se llega a la costa del río, a un lugar donde antiguamente había un destacamento de prefectura que le llamaban «Destacamento Los Naranjos».
Hace unos años, recorriendo caminos vecinales en una camioneta, acompañando a un primo que andaba de visita y con mi cuñado y otro primo por compañeros de aventura, ingresamos clandestinamente al destacamento mencionado, en busca de una playa donde refrescarnos del intenso estío. Sabíamos de antemano que la propiedad estaba abandonada y que, ocasionalmente, era ocupada por pescadores.
Abrimos la tranquera y comenzamos a recorrer un camino de huellas marcadas que atravesaba el pinar zigzagueando los troncos y por encima de la aguja de pino. Casi llegando al río, divisamos hacia la izquierda un extenso sandial que aún no había sido cosechado.
Dejamos la camioneta en el destacamento abandonado y caminamos hasta la plantación que era muy grande, se me perdía la vista en el arenal de sandías. Miramos hacia todos lados, no vimos ni casa ni cuidador ni nada que estuviera custodiando el lugar así que arrancamos algunos frutos grandes y nos sentamos a la sombra de un espinillo a romperlas y a comerles solamente el corazón, la parte más dulce por excelencia. Ya saciado nuestro apetito, comenzamos a tirarnos con restos de sandía, una guerra de sandías, y a pasarnos partes de la fruta por las cabezas y el cuerpo de cada uno, corriéndonos unos a otros y dando rienda suelta a las risas y al divertimento.

Estando manchados, sucios y pegotosos, con semillas de sandía por todos lados, nos dispusimos para ir al río a enjuagarnos y refrescarnos. Al llegar a la playa vimos una boya a lo lejos de la costa. Nos pusimos en hilera, uno al lado del otro, y planteamos una carrera a nado en donde el que llegaba último a la boya iba a ser el encargado de hacer el fuego, preparar el mate y cebarlo.
El que tomó rápidamente la punta fue mi cuñado y, al chasquear el pie en el agua por primera vez, vimos el arenal blanquecino de toda la costa sacudirse en cadena como si aconteciera un pequeño terremoto, el agua se alborotó formando pequeños oleajes y vimos colas y partes de rayas huir hacia la parte honda del río. Despertamos bruscamente a los peces que habían escogido esa tranquila costa para descansar, tuvimos la suerte de no haber sido alcanzados por alguno de sus aguijones.
La picadura de raya genera un dolor inmediato e intenso que puede durar hasta 48 horas ya que su ponzoña es muy fuerte. Algunas personas que han sufrido herida por su arpón manifestaron desvanecimiento, debilidad, náuseas y ansiedad, en pocos casos incluso ha producido vómitos, diarrea, sudoración, espasmos generalizados y dificultades respiratorias.
Del susto que nos llevamos, apenas alcanzamos a enjuagarnos en la costa y rápidamente emprendimos el regreso a nuestros hogares sin siquiera hacer el mate.

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