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Vida Nueva – Antonio Dal Masetto

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Hace varias semanas que Juan José Dominici, el vecino de la mitad de cuadra, anunció cambios fundamentales en su vida. En realidad, la gran renovación debió empezar exactamente el primero de enero. Por una razón o por otra se fue postergando y transcurrieron algunas semanas. Pero todo llega y esta mañana, poco antes de las doce, Juan José Dominici abre las ventanas que dan a la calle y anuncia: Hoy es el día. Algunos vecinos se arriman y espían para adentro. Después se les unen unas mujeres que se dirigen o regresan del mercado. Juan José Dominici entra en acción. Va, viene, medita en voz alta, de tanto en tanto se detiene y dedica a los presentes un breve y apasionado discurso: Miren todo esto, acá hace falta una depuración, estoy escandalizado por tanta superficialidad, ¿cómo pude vivir así hasta el día de hoy? Se frota las manos, piensa en el futuro, asegura que de ahora en adelante tratará de aprovechar cada minuto, cada oportunidad, se esforzará por mantener las ideas claras, por no dispersarse. Sentencia: Evitar hacer cosas inútiles, evitar diluirse en actividades que no sean creativas y placenteras. Todo debe tener su orden, su ritmo, su equilibrio. Dice: Hasta mi alimentación debe cambiar. Evidentemente se siente satisfecho con tantas buenas intenciones. Hace un par de flexiones para demostrarse y demostrar a los demás su óptimo estado físico. Explica: Esta es otra de las cuestiones que no debo descuidar: un poco de ejercicio todas las mañanas. Nunca más cigarrillos, nunca más alcohol. Mientras tanto, afuera, los expectadores aumentan.

Juan José Dominici se empuja: Adelante muchacho. Corre la mesa del comedor hacia un costado, deja un buen espacio libre y empieza a vaciar los placards, los cajones, los estantes. Va haciendo una gran pila sobre el piso. No se salva nada: ropa, objetos, papeles. Eufórico, mientras corre de un extremo al otro, Juan José Dominici grita: Me quedaré únicamente con lo indispensable, lo estrictamente útil y necesario. Al cabo de una hora la casa se ha convertido en un basural.

Un poco agotado por el esfuerzo, Juan José Dominici se detiene a contemplar su obra y quizá piense que sería lindo y saludable arrojar un fósforo a la gran pila y hacer una fogata. Tal vez lamente no vivir en una casa con patio, donde poder ejecutar su plan. Después busca grandes bolsas de residuos y comienza a llenarlas. Mientras tanto, cautelosos, algunos vecinos y vecinas se animan a entrar. Una mujer pregunta: ¿Va a tirar todo? La respuesta es categórica: Absolutamente todo. La mujer se agacha y levanta una vieja cajita de música: ¿Esto también? Igual contestación: Absolutamente todo. La mujer, con cierta pena, deja caer la cajita en la bolsa de plástico. Los demás comienzan a ayudar a Dominici y ya son por lo menos media docena los que están dedicados a llenar bolsas. De vez en cuando una pregunta: ¿Esto también? Juan José Dominici es implacable: Todo.

Transcurre la tarde. Los vecinos se van renovando. Al anochecer, Dominici hace una pausa. Se sienta y comprueba que, pese a las bolsas que han ido amontonando junto a la puerta, la gran pila central no ha disminuido demasiado. Su cara denota cansancio y quizá cierto desaliento. Siente hambre. Un chico parte a comprar pizza y vino. Cuando regresa, el grupo come en silencio. Mandan a buscar más vino. Sigue pasando el tiempo. Juan José Dominici confiesa que por hoy no retomará la tarea. Recuerda —y lo comunica— que al día siguiente vendrá gente a verlo antes del mediodía. Entonces, siempre con la ayuda de vecinos y vecinas, comienza a guardar todo de vuelta. Pero ahora sin ordenar, amontonando como pueden en placards y cajones.

Un par de horas después el departamento está despejado. Sólo quedan las bolsas de residuos. Juan José Dominici comienza a dudar. Comenta que tal vez se apuró un poco y que ahí debe haber cosas que todavía le sirven. Antes de sacarlas a la calle sería conveniente echarles una revisada final. Así que también las bolsas van a parar a uno de los placards. No entran, hay que meterlas a presión. Empujando entre varios consiguen cerrar con llave. Finalmente los vecinos se van. Juan José Dominici agradece la ayuda. Se queda parado en la puerta, mirando hacia adentro, rascándose la cabeza, tal vez pensando que mañana, sin duda, las cosas mejorarán.

Antonio Dal Masetto para «Acción», primera quincena, junio de 1988

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Publicado enCuentacuentos

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