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Orlando, mi abuelo – I

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Orlando Tuyaré fue mi abuelo paterno, un genio y mi genio, mi amor, mi ídolo, mi máximo influencer, la persona que yerró su marca en el cuero de mi vida para siempre y cuando aún era niño. Llevo esa marcación con el orgullo de quién se siente seguro de quién es, de dónde viene, qué heredó y hacia donde va.

Me consta, por auto comprobación personal reiterada, que era su nieto preferido. Resulté ser la vasija donde volcaba con paciencia toda su sabiduría, sus sentimientos profundos, sus creencias, su alma y su espíritu. Fui absorbiendo esa vasija sin darme cuenta, pero con la avidez del niño inquieto que era. Así crecí.

La foto que ven es Orlando sentado en una mesa de granito blanco que había construido en el patio debajo de una enramada de madreselvas. La tomó mi padre con su Beirette y la reveló en su laboratorio casero. En esa mesa fui oyente de tantas historias y relatos sobre vidas pasadas que, a la postre, constituyeron un brasero interior para hacerme genealogista más tarde y gracias al empujón bestial de mi tía abuela hacia ello.

Cámara Beirette

Orlando era devoto de la Virgen María en su advocación de la Inmaculada Concepción. Tanto así que en el patio había construido una gruta juntando piedras blancas que recogía de la costa del río. Cuando iba al taller de acumuladores a conversar con mi padre, de vez en cuando me tomaba de la mano y nos hacíamos una escapada a la costa llevando una bolsa chismosa. En la zona donde estaban los viejos caños de la toma de agua para cargar la regadora, juntábamos esas piedras blancas calcáreas chicas y volvíamos con la bolsa por la mitad, nunca llena por el peso.

La gruta tenía más de un metro de altura y era alargada hacia arriba, con forma de montaña y con una especie de caja en la cúspide. Dentro de esa caja, con una pequeña puerta vidriada de hierro con candado, estaba la imagen de la Virgen con un rosario del que colgaba enhebrado un anillo de oro. Era iluminada por detrás con un foco de luz amarillenta cálida. El lugar daba aspecto religioso y solemne y se emplazaba a poco más de un metro del extremo de la mesa de granito que mencioné.

Cuando ya era adulto, en uno de los encuentros con mi padre, en que mirábamos fotos que había tomado de la peregrinación a Federación, de la fiesta de la Inmaculada Concepción, recordamos juntos aquella gruta, me comentó la devoción del abuelo por la Virgen María y fue cuando me enteré algunos jugosos datos interesantes que acrecentaron ese cariño por mi abuelo.

Lo primero que supe fue que acompañaba al abuelo al río a buscar las piedras, no lo sabía. Lo otro fue que la imagen de la gruta había pertenecido a su madre Natividad y que había sido traída de Salto (R.O.U.). Pero, lo que más me impactó fue enterarme de que el rosario había sido el que utilizó para rezar Erminda -su primera esposa y mi abuela- antes de fallecer, cuando aún estaba internada en Buenos Aires, y, el anillo enhebrado, era el de casamiento.

(Mi abuela Erminda, a quién no llegué a conocer, falleció muy joven, a los 39 años, por una complicación en una cirugía de vesícula)

En la distancia, observando esta foto, me vuelven al olfato esos aromas a madreselvas y a jazmines que respiraré para siempre, pienso que tal vez aquella gruta fue parte de mi inspiración para abrazar el amor a María años más tarde, siendo aún hoy mi perpetua inspiración.

Este relato forma parte del libro «Tojoral» en donde cuento la historia genealógica de mi apellido y gran parte de la historia familiar.



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Publicado enFamiliares

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