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Año: 2025

Brumas de la genealogía

Recuerdo vagamente el momento en que decidí investigar sobre mi ascendencia, el por qué de mi apellido, de dónde venía… ¿es vasco? ¿es francés? ¿es vasco-francés?, etc. Tendría, por entonces 15, 16 o 17 años, no más edad que esa porque cursaba la escuela secundaria, la tecnicatura en administración de empresas en la E.N.E.T. N° 2 «Canónigo Narciso Goiburu»; en la introducción de «Tojoral»1 cuento sobre éste impetu inicial con sobrados detalles.

El comienzo de esta ardua tarea de genealogista amateur tiene ribetes que acobardan a más de uno. Conozco gente que empieza, investiga uno o dos años y luego, como se le complican las pistas, se acobarda y tira todo por la borda. La perserverancia, la paciencia, la amplitud de mente, el hambre de conocimiento y estudio, la sociabilización y la imaginación juegan un papel decisivo, sino estas dispuesto a prepararte con todo esto, sino eres capaz de esperar mucho tiempo, incluso años, hasta lograr algo, entonces no es una actividad para ti.

Ruinas digitales

(extracto de “Tojoral, Los Tuyaré(et), una historia familiar y algo más”, por Miguel Díaz Tuyaret)

Una de las actividades más apasionantes al estudiar la historia familiar es ver fotografías antiguas, no solo por el placer que da repasar viejos tiempos sino porque constituye, en más de una ocasión, un trabajo detectivesco, sobre todo cuando la antigüedad de la foto es tal que no permite determinar ni los que aparecen en la imagen ni la fecha en que fue tomada.

Hace muchos años me topé con este problema cuando recibí en herencia y de manos de mi madre, una caja de zapatos cerrada y atada con cinta de raso que había pertenecido a mi tía abuela Celeste. Adentro de ese arcón de recuerdos, entre otras tantas cosas, había dos fotografías impresas sobre una especie de cartón duro donde aparecían dos personas sentadas atrás de una mesa y una tercera sentada delante, de costado, todas caras desconocidas para mi.

Orlando, mi abuelo – I

Orlando Tuyaré fue mi abuelo paterno, un genio y mi genio, mi amor, mi ídolo, mi máximo influencer, la persona que yerró su marca en el cuero de mi vida para siempre y cuando aún era niño. Llevo esa marcación con el orgullo de quién se siente seguro de quién es, de dónde viene, qué heredó y hacia donde va.

Me consta, por auto comprobación personal reiterada, que era su nieto preferido. Resulté ser la vasija donde volcaba con paciencia toda su sabiduría, sus sentimientos profundos, sus creencias, su alma y su espíritu. Fui absorbiendo esa vasija sin darme cuenta, pero con la avidez del niño inquieto que era. Así crecí.

La foto que ven es Orlando sentado en una mesa de granito blanco que había construido en el patio debajo de una enramada de madreselvas. La tomó mi padre con su Beirette y la reveló en su laboratorio casero. En esa mesa fui oyente de tantas historias y relatos sobre vidas pasadas que, a la postre, constituyeron un brasero interior para hacerme genealogista más tarde y gracias al empujón bestial de mi tía abuela hacia ello.