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Mes: junio 2025

Lo que queda

He terminado la primera gran parte, casi la mitad, de «Tojoral», el libro donde cuento la genealogía del apellido Tuyaret y la historia de mi familia compuesta por otros apellidos como: «Díaz», «Pesqueira», «Quiroga», «Magariños», «Buriani»… tal la mezcla de sangre que corre por mis venas.

Hay un análisis de ADN que determina qué nacionalidad pesa más en tu sangre, te da un porcentaje de cada una de ellas. De esa forma se puede saber si uno es mayormente gallego, francés, italiano o lo que fuere. No es económico pero el que tiene algún dinero de sobra se lo puede hacer. La cantidad de centros e institutos que lo hacen son demasiados, tanto aquí en Argentina en otras partes del mundo… googleen.

Hace un rato terminé de leer una página web sobre la historia de la migración francesa al Río de la Plata. Dicha web, escrita en francés, no existe más desde hace décadas. Sin embargo, tuve la precaución de descargarla completamente cuando aún estaba activa. Así hice con unas cuantas páginas, épocas en que las conexiones a internet eran «dial-up» (por línea telefónica común). Varias están en francés y algunas en euskera, fue una de las razones por las que el año pasado comencé a tomar clases de francés.

Ronaldo Morel

Esta es la biografía de una persona entrañable de mi ciudad del que guardo gratos y eternos recuerdos visuales, textuales y auditivos. De un compilado de entrevistas y vídeos, fui hilando una narración para acercar los hechos de vida que le sucedieron a lo largo de los años, hasta su deceso a la temprana edad de 66 años.

Ronaldo Alberto Morel fue un reconocido y recordado músico, compositor y comerciante de Colón. Nació en Colonia Hughes el 14 de febrero de 1952. Nieto e hijo de carniceros, continuador de una tradición de más de 100 años en el rubro; tal fue su actividad comercial y su medio de vida.

Lo conocí de muy chico, tal vez tendría 16 o 17 años, aún cursaba la escuela secundaria. Con mi padre -aeromodelista- solíamos ir los sábados por la tarde al aeroclub de la ciudad a probar sus aviones de madera balsa. De regreso, pasábamos por la carnicería de “los Morel”, ubicada sobre la ruta nacional 135, a comprar asado y chorizos para el domingo. Ahí estaba Ronaldo, atendiendo siempre con una sonrisa tímida que daba buena sensación de confianza y simpatía al entrar. Al vernos, repetía la misma broma: “ahí llegaron los aviadores”, tras lo cual, mi padre se acariciaba la pelada, se reía, y miraba a su amigo, “El Gordo” Acosta, con mueca de complicidad.

Primer Amor – Antonio Dal Masetto

En aquellos tiempos todavía no odiaba nada ni a nadie. Tenía doce años y estaba enamorado. Meses atrás, no muchos, había cruzado el océano en un barco de emigrantes, había visto llorar a hombres rudos mientras mirábamos esfumarse la costa en los vapores del mediodía, había llorado a mi vez y me había escapado de popa a proa para ponerme a soñar con América. Escrutaba el horizonte y fantaseaba acerca de llanuras, caballos impetuosos, espuelas de plata y sombreros de ala ancha.

Lo que me esperaba al cabo de la travesía fue un puerto como todos, hierro y óxido, anchas avenidas empedradas, bandadas de palomas y más allá de las palomas una ciudad como un muro. Después vino el tren lento a través de los campos invernales, estaciones vacías, campanazos que anunciaban la partida y estremecían el silencio y, finalmente, el pueblo. Nada de sombreros de ala ancha.

Lo primero fue cambiar los pantalones cortos por un par de mamelucos, los zapatos por alpargatas. Me enseñaron el recorrido de la clientela, me dieron una bicicleta y me pusieron a repartir carne. Tuve que soportar el desconocimiento del idioma y las burlas de los pibes en las que, por lo menos al principio, no alcanzaba a distinguir más que la palabra gringo. De todos modos no me quedaba quieto y cuando tenía uno a mano me le tiraba encima. Pero no había demasiada convicción en esas peleas. Y en los baldíos, en las calles de tierra, lo único que dejamos fueron algunos botones.