Una de las tareas más complicadas cuando encaramos el armado de la genealogía es averiguar cuales son las personas que participarán del árbol o de la rama específica que estamos tratando.
Cuando no hay familiares a quién consultar, la complicación se convierte en un acertijo lleno de pesquisas revoltosas y eclécticas, que parecen no tener sentido pero si lo tienen. Ir a buscar información a parroquias, registros civiles, cementerios, leer una y otra vez la documentación que uno posee, se convierte en una tara recurrente con un nivel de ansiedad que acobarda al más mentado, pide tregua y descanso mental o tirar todo por la borda.
De charlas con mi tía abuela Celeste había entendido que su padre, Agustín Tuyaré, solo tenía un hermano y una hermana. Sin embargo, cuando ya me creí genealogista puro y duro, no podía confiar en aquellas aseveraciones puesto que se le extraviaba la memoria a cada rato durante las conversas y porque mis recuerdos de lo sucedido, con ese mate de leche de por medio, ya despedían olor a rancio, propio de 30 años o más de añejamiento cerebral.