Europa nunca fue descubierta, en el sentido literal de la palabra, como fue descubierta América, hecho representado en los mapas con líneas de puntos a través del océano que marcan los itinerarios de los viajes de Colón. Colón nunca supo que había descubierto un nuevo continente, pero nosotros lo sabemos: llegó por primera vez a nuestras playas en 1492. Podemos ver a Colón, con falda corta y calzas, zapatos con hebillas, los brazos extendidos hacia los costados y un poco hacia atrás, el sombrero multiforme, contemplando con cara inexpresiva el nuevo territorio; él no sabía que era nuevo, lo confundía con las Indias Occidentales que, como Europa, no fueron descubiertas sino que estaban allí.
El territorio recién hallado por Colón estaba poblado por hombres de piel cetrina: no hay obligación de recordar si Colón, junto con las especias y objetos varios que puso a los pies de Isabel a su regreso, trajo también a algunos de esos individuos y se los regaló a la reina. Basta con imaginar un vago tesoro y ver a Colón un poco más atrás, en actitud respetuosa y con cara inexpresiva. Cuánto tiempo permanecieron así, la reina en su trono, el tesoro a los pies de la reina, Colón a cierta distancia, acompañados, tal vez, por Fernando y el resto de la corte, es cosa que no se sabe ni hay por qué saber.