Saltar al contenido

Mes: mayo 2025

Canto a Entre Ríos

Es imprescindible que cuente cómo dí con esta poesía que hoy vuelvo a degustar como antaño, cuando un compañero me dio una copia impresa. El reencuentro fue un remover de la selva de recuerdos donde anida el ruiseñor del amor para que vuele un rato por éste éter.

En 1986 comencé a cursar el «Profesorado de Literatura, Castellano y Latín», así se llamaba por entonces. Los docentes que me tocaron fueron, son y serán auténticos próceres de la enseñanza ya que dejaron una marca muy profunda e imperecedera. Solo por nombrar algunos, digo: «los Izaguirre», «la Nilce», «la Queta»… en realidad, todos lo fueron. Hoy en día, es complejo encontrar esa forma de enseñar en donde el método es el contagio, es toda una técnica de arte para que tu persona quede con un Da Vinci literario retratado en tu alma.

La que nombro como «la Nilce», su nombre completo era «Nilce María de Batistta». Fue mi profesora de «Historia de la Lengua» y de «Latín». Con ella tuve una cercanía importante ya que descubrió mi temprana pasión por la lingüística, alentada, más que nada, por querer saber de dónde venía la lengua de los vascos, el «euskera», la que se habla en «Euskadi», de donde vinieron mis ancestros. Nilce me traía fotocopias de libros, me recomendaba otros. Caminábamos por el patio del Mariano Moreno hasta la salida hablando de lingüística… me tiembla el recuerdo como un parche de tambor.

Avellanas

Siempre hay flores para el que desea verlas”
Henri Matisse

Hasta el punto cruz de la leyenda no supe de ti,
tejiendo estaba indecisiones,
desayunos de historias y luchas vagas,
profanos encierros en la torre de marfil,
era un bólido fugaz en la ignorancia argenta del ayer,
como ese vaivén de la vida que no tiene noción de ser.

Buscaba flores y primaveras en el éter interior,
fluía versos y medraba,
baúles de letras y sentires repletos,
corazones clamaban inciensos de voces,
era un indispensable para mi propia cotidianidad de arenas,
como el agua roja que fluye y calienta las venas.

Andrea Morel – La Calandria Entrerriana

Escuchar por primera vez un cantor o una cantora. Palpar con el cuerpo el timbre de su voz. Sentir que su entonación te arrulla el corazón. Todo es magnetismo puro, una trampa de la que no te vas a librar ya más. Así me pasó aquel 2013, “como sin querer” nos pasó con mi mujer.

Era la Fiesta Nacional del la Artesanía, edición número 28. Ni bien entré, a poco de recorrer unos metros, escucho que, en el escenario mayor Ramón Cabrera, alguien cantaba con ese magnetismo. La canción era Por qué será, aquella que repetidas veces escuché por Tamara Castro, pero ahora cantaba una tal Andrea Morel.

Cuando me acerco al escenario, la veo caminarlo de un lado para el otro como si fuese una artista consagrada de todos los tiempos, con un carisma que pocas veces vi. Me embobé con esa belleza visual y auditiva.

Al ver al lado al entrañable Don Ronaldo, no lo pude creer. Recordé al instante a esa niñita de trenzas que solía ver cerca del negocio pedaleando un triciclo cuando pasábamos con mi padre a comprar los famosos chorizos. Mi padre era aficionado al aeromodelismo por lo que, cada tanto, lo acompañaba al aeroclub de Colón. Al regresar, pasábamos por la carnicería de Ronaldo quién, al entrar, siempre nos cargaba con «ahí vienen los aviadores».