Es imprescindible que cuente cómo dí con esta poesía que hoy vuelvo a degustar como antaño, cuando un compañero me dio una copia impresa. El reencuentro fue un remover de la selva de recuerdos donde anida el ruiseñor del amor para que vuele un rato por éste éter.
En 1986 comencé a cursar el «Profesorado de Literatura, Castellano y Latín», así se llamaba por entonces. Los docentes que me tocaron fueron, son y serán auténticos próceres de la enseñanza ya que dejaron una marca muy profunda e imperecedera. Solo por nombrar algunos, digo: «los Izaguirre», «la Nilce», «la Queta»… en realidad, todos lo fueron. Hoy en día, es complejo encontrar esa forma de enseñar en donde el método es el contagio, es toda una técnica de arte para que tu persona quede con un Da Vinci literario retratado en tu alma.
La que nombro como «la Nilce», su nombre completo era «Nilce María de Batistta». Fue mi profesora de «Historia de la Lengua» y de «Latín». Con ella tuve una cercanía importante ya que descubrió mi temprana pasión por la lingüística, alentada, más que nada, por querer saber de dónde venía la lengua de los vascos, el «euskera», la que se habla en «Euskadi», de donde vinieron mis ancestros. Nilce me traía fotocopias de libros, me recomendaba otros. Caminábamos por el patio del Mariano Moreno hasta la salida hablando de lingüística… me tiembla el recuerdo como un parche de tambor.