Hay inclinaciones, gustos y preferencias de las que uno descubre su origen cuando en algún momento de la vida, en la madurez, la razón se lo pregunta y busca respuestas.
Desde que empecé con esto de la genealogía, en tantos años de hurgar en la vida de cada uno de mis antepasados familiares, gran parte de esos orígenes gustativos se fueron develando. Parte de las identidades que nos precedieron forman la herencia que se va transfiriendo de generación en generación sin que nos demos cuenta. No surgimos de la nada, todo lo nuestro está en las raíces, en la genética. A esta transferencia esotérica ancestral hay que agregarle todo aquello que nuestra alma y espíritu incorporan durante la vida y que suma a la transferencia posterior. Todo sucede a nuestra vista, pero como es algo tan natural lo ignoramos por completo.
Una de las causas por las que escribí «Confluente» -mi autobiografía- se fundamenta por esta razón enunciada. Me preguntaba el por qué de cada cosa, a cada instante de mi vida y descubrí que esa misma actitud ante la vida es herencia de mi abuelo. Orlando Tuyaré, mi abuelo paterno, tenía inclinación innata hacia la abstracción y al estudio, por eso resolvía todo con resultados precisos y asombrosos. Esa inclinación me la transmitió cuando era muy chico, fui su nieto preferido, mi memoria lo avala con la contundencia de un amor que perdurará hasta el rencuentro final con él.